quarta-feira, 9 de julho de 2008

Castaños 2005



Un violento golpe arrebató el papel de mis manos. Encabritose mi caballo, y al avanzar siguiendo el escuadrón, sentí la estrepitosa risa de un soldado quedecía: «Aquí no se viene a leer cartas». Corrimos fuera de la carretera, y todos mis compañeros proferían exclamaciones de frenética alegría. Vi los cañones inmóviles y delante una espesa cortina de humo, que al disiparse permitía distinguir los restos del batallón de marinos. En el frente francés flotaba una bandera blanca, avanzando hacia nuestro frente. La batalla había concluido.
Nuestros soldados se abrazaban con delirio. Confundíanse los diversos regimientos, y los paisanos advenedizos con la tropa. La gente del vecino pueblo de Bailén acudía con cántaros y botijos de agua. Agrupábanse hombres y mujeres junto a los heridos para recogerlos. Los caballos recorrían orgullosos la carretera, y los generales confundidos con la gente de tropa, demostraban su alegría con tanta llaneza como esta. Los gritos de ¡viva España!, ¡viva Fernando VII! parecían un concierto que llenaba el espacio como antes el ruido del cañón; y el mundo todo se estremecía con el júbilo de nuestra victoria y con el desastre de los franceses, primera vacilación del orgulloso Imperio. En tanto yo recorría el campamento, miraba al suelo, miraba las manos de todos, las cureñas de los cañones, los charcos de sangre, los mil rincones del suelo, junto al cuerpo de un herido y bajo la cabeza del caballo moribundo. Marijuán se llegó a mí con los brazos abiertos y gritó:
-Les vencimos, Gabriel. ¡Viva España y los españoles,y la Virgen del Pilar a quien se debe todo! Pero ¿qué buscas, que así miras al suelo?
-Busco un papel que se me ha perdido -le contesté.
Benito Pérez Galdós - Bailén (1876)

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